Así comenzaron las felicitaciones navideñas
Una vez pasada la fiebre del Black Friday y mientras avanzamos hacia la Navidad, son muchas las empresas que dedican esta semana anterior al Puente de la Constitución a seleccionar y enviar sus felicitaciones navideñas o christmas para asegurarse que llegan a tiempo. Y es que, a pesar estar en pleno siglo XXI, del auge de las tecnologías, el e-mail y redes sociales, todavía son muchas las empresas (y particulares) que siguen enviándolas a sus más fieles clientes, y muchos los que se deleitan coleccionándolas. ¿Pero cómo empezó esta tradición?
Aunque está documentado que en España se pueden encontrar mensajes de felicitación en pleno siglo XVI, el origen de las postales navideñas se remonta a finales del S. XVIII en Alemania. Ya a lo largo del siglo XIX su existencia se fue extendiendo por toda Europa y su popularidad fue creciendo, pudiendo encontrar en Inglaterra la primera postal en 1843. En nuestro país, la primera postal de felicitación navideña la hizo el Diario de Barcelona en 1931. Decidieron imprimir unas postales de felicitación para que fuesen entregadas en mano por los repartidores a los suscriptores de este periódico. Parece ser que la idea de recibir una felicitación impresa por parte de los trabajadores del rotativo tuvo una buena acogida entre los lectores, que agradecían el detalle a los repartidores a través de un aguinaldo.
El avance de la litografía, el empleo de la cromolitografía a partir de 1860 y la esperanza de llevarse una propina hizo que los trabajadores de las empresas vinculadas a oficios públicos copiaran la idea y las personalizaran a su oficio. Estas tarjetas de felicitación se caracterizaban por llevar una ilustración (en 1890 comenzaron a ser a todo color) que mostraba a un trabajador de un gremio concreto, con una leyenda que venía a decir: «El cartero les desea Feliz Navidad y Año Nuevo» (por poner un ejemplo). En el reverso de la postal se incluía una poesía que trataba sobre los servicios prestados por dicho profesional. Sin embargo, resulta llamativo saber que las felicitaciones no partían de la empresa. Los profesionales retratados en la felicitación aparecían con todos los elementos de su trabajo y su uniforme de gala. La empresa permitía a su personal utilizar estas vestimentas y el nombre de la empresa para que dieran más credibilidad a la felicitación. Así, de una forma casi involuntaria, la imagen de marca y de la propia empresa siempre estaba presente.
Curiosamente, a medida que estas felicitaciones se fueron haciendo cada vez más populares, también se creó la corriente contraria, en la que muchas empresas y particulares se oponían a ellas. A finales del siglo XIX ya se podía ver carteles en las puertas de muchos comercios y hogares con la leyenda «No se admiten felicitaciones» o «Este comercio no da aguinaldos». Y es que cada vez eran más los trabajadores que llevaban las tan temidas felicitaciones y los bolsillos de muchos no daban para ser tan generosos. Los cambios en las condiciones salariales y las condiciones laborales a finales de los años 70 propiciaron que poco a poco fuera desapareciendo la costumbre de ir a felicitar las navidades casa por casa, dejando para el recuerdo y como material de colección a aquellas postales navideñas.
Así que ya recordad, si recibís una felicitación de nuestra parte podéis consideraros como clientes muy especiales para nosotros. Y tranquilos, no os pediremos aguinaldo…
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